Punky, mi Cobaya
Estaba sentada en mi cama observando a mi cobaya juguetear por mi habitación, era el segundo que tenía, pues el primero que en paz descanse murió de cólico y mi madre al día siguiente lo tiró al contenedor de la basura. Nunca se me olvidará.
Punky que así es como se llama mi mascota es muy juguetón, tiene el pelo desordenado con muchos remolinos y siempre lo lleva de punta, de ahí su nombre. Es un cobaya marrón, blanco con una pizca de negro. Y la verdad es que está un poco gordo. Mi hermano que lo ceba de comida y luego llego yo y creyendo que aun no ha comido le doy mas comida y luego mi madre que también le da de comer creyendo que nosotros no le hemos dado, total que el cobaya de hambre no se muere fijo.
-¡Punky! ¡Quítate de ahí, te vas a electrocutar!
Punky dio un rebote y se alejo corriendo sobre esas patillas huesudas y cortitas. Ese día se me paso volando mientras jugaba con él.
Pipipipipi… Sonó el despertador. Me levante de la cama con los ojos pegados, mire el reloj eran las ocho, hacia mucho frio pues era invierno, observe la jaula de Punky que estaba cerrada. Desde el pasillo ya se percibía ese olorcito a pan tostado y a café, aceleré el paso pues tenía mucha hambre.
-¡Mama!, ¡mama! ¿De qué me has preparado el pan hoy? ¡Corre ponme la tele que empiezan las Supernenas!
Mi madre me puso mi tostada de pan con mermelada y mi Cola Cao en la mesa mientras encendía la tele para ponerme los dibujitos como todas las mañanas.
-venga Cintia que llegamos tarde al colegio y yo me tengo que ir a trabajar.
Después de desayunar ver los dibujitos y vestirme con la ropa que me había puesto mi madre el día anterior encima de la silla nos fuimos camino al colegio, mi madre me daba la mano y yo iba con mi mochila de Barbie colgada a la espalda, cualquiera que me viera diría que soy la niña más feliz del mundo que va al colegio.
Llegamos al colegio y allí estaban todas mis amigas con sus madres, y justo enfrente estaba Raquel, el día anterior me pelee con ella porque decía que había sido la primera jugando al pilla pilla pero yo le dije que no, que la primera había sido yo, y no nos hablamos en todo el día. Pero Raquel me sonrió como si nada hubiera pasado y yo le sonreí también, entramos juntas a la clase mientras nuestras madres se despedían de nosotras.
Era un día entre semana normal y corriente, estaba sentada frente a la mesa del salón. Tenía enfrente mis libros de texto del colegio, unos cuantos lápices y un montón de miguillas de goma esparcidas por toda la mesa. Justo al lado estaba mi madre en el sillón viendo la tele, mi hermano estaba en mi cuarto jugando a la play y yo estaba muy aburrida porque no tenía ganas de hacer mis tareas. Al final tarde más que de costumbre de terminarlas pero por fin ya estaban acabadas. Cerré mis libros con orgullo y los guarde en la mochilas, me la colgué a la espalda y me dirigí a mi cuarto. Nada más entrar por la puerta vi la jaula de Punky, pero no estaba comiendo, ni moviéndose, estaba dormido encima de la paja.
-¡Punky! ¡Despierta¡ vamos a jugar.
-¿Punky? Oyeeee, venga no seas vago, levántate.
Pero la Cobaya seguía sin moverse.
-¡¡¡Abimael!! Punky no se mueve, ¡esta muerto! ¡Está muerto!
Mi hermano cogió corriendo a la Cobaya, y la llevo abajo al veterinario. Mientras yo me quede llorando en los brazos de mi madre.
Pasó un buen rato y picaron a la puerta, me levanté de un salto para abrir. Era mi hermano que traía a Punky revoloteando en sus brazos.
-¡Punky! Grité de alegría.
Llorando lo abracé y esa noche nos quedamos mi hermano y yo jugando un buen rato con él.
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