
-¡Joder!-Gruño mi padre mientras disminuía la velocidad, yo me encontraba en el asiento de atrás, abriéndome a arcadas, para variar.
Llevábamos horas viajando y ya no lo soportaba, vomite encima de la chaqueta azul cielo estampada con unas preciosas margaritas que la decoraban de mi hermana, rompió a llorar, mi madre desde el asiento de delante me preguntaba nerviosa como estaba, mi hermano asqueado abría la puerta del coche para dejarme salir y mi padre maldecía su suerte al volante.
Debía de ser verano pues hacía buen tiempo lo cual en Suiza no es lo frecuente, una agradable brisa viento azotaba los campos de girasoles, en los que yo siempre insistía en parar para coger algunos, aunque la respuesta era siempre la misma.
No me gustaba nada ir a la compra del mes, eso suponía tener que viajar muchas horas junto a mis hermanos, tener que soportar el rancio y acido olor a vómito al que apestaba el coche y tener que jugar a estúpidos juegos como el " veo veo ".
Una vez llegábamos al supermercado era aun peor. Toda la planta estaba abarrotada de gente y yo ya no podía sentarme dentro del carrito porque Luna , mi hermana pequeña me había arrebatado el sitio, así que no tenía más remedio que conformarme con ir agarrada del lateral de carrito para no perderme, mientras mantenía una discusión con mi hermana mayor para debatir quien iría junto a la ventana a la vuelta.
Una vez terminada la compra y descargada en el maletero del coche nos disponíamos volver a casa, el trayecto de vuelta se hacía aun más largo por el cansancio y la desgana que tenían todos, porque respecto a mi estado de ánimo en esos momentos era de lo más favorable, me encantaba deslizar la mano entre las juntas del asiento hasta llegar al maletero y agarrar alguna que otra manzana, abrir la ventana para sentir el fresco viento en mi cara y cantar la canción que tanto me gustaba.
Cuando terminé de comer mi manzana le pedí a mi hermano que la lanzara bien lejos, el asintió con la cabeza mientras la lanzaba hacía los campos de girasoles, le sonreí agradecida mientras esperaba a ver lo que sucedía siempre tras eso, entonces el también sonrió y miles de mariquitas echaron a volar.
Llevábamos horas viajando y ya no lo soportaba, vomite encima de la chaqueta azul cielo estampada con unas preciosas margaritas que la decoraban de mi hermana, rompió a llorar, mi madre desde el asiento de delante me preguntaba nerviosa como estaba, mi hermano asqueado abría la puerta del coche para dejarme salir y mi padre maldecía su suerte al volante.
Debía de ser verano pues hacía buen tiempo lo cual en Suiza no es lo frecuente, una agradable brisa viento azotaba los campos de girasoles, en los que yo siempre insistía en parar para coger algunos, aunque la respuesta era siempre la misma.
No me gustaba nada ir a la compra del mes, eso suponía tener que viajar muchas horas junto a mis hermanos, tener que soportar el rancio y acido olor a vómito al que apestaba el coche y tener que jugar a estúpidos juegos como el " veo veo ".
Una vez llegábamos al supermercado era aun peor. Toda la planta estaba abarrotada de gente y yo ya no podía sentarme dentro del carrito porque Luna , mi hermana pequeña me había arrebatado el sitio, así que no tenía más remedio que conformarme con ir agarrada del lateral de carrito para no perderme, mientras mantenía una discusión con mi hermana mayor para debatir quien iría junto a la ventana a la vuelta.
Una vez terminada la compra y descargada en el maletero del coche nos disponíamos volver a casa, el trayecto de vuelta se hacía aun más largo por el cansancio y la desgana que tenían todos, porque respecto a mi estado de ánimo en esos momentos era de lo más favorable, me encantaba deslizar la mano entre las juntas del asiento hasta llegar al maletero y agarrar alguna que otra manzana, abrir la ventana para sentir el fresco viento en mi cara y cantar la canción que tanto me gustaba.
Cuando terminé de comer mi manzana le pedí a mi hermano que la lanzara bien lejos, el asintió con la cabeza mientras la lanzaba hacía los campos de girasoles, le sonreí agradecida mientras esperaba a ver lo que sucedía siempre tras eso, entonces el también sonrió y miles de mariquitas echaron a volar.
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