sábado, 7 de febrero de 2009

Rocío - Mariquitas

¡Umm! ¡Qué placer!, dijo Eva.
¡Estaba enamorada! y allí, tumbada al sol, en el machorillo, donde se deja crecer la hierba a su antojo, mezclando su finísimo olfato,el perfume de cientos de flores, todo era perfecto.
“Azul y verde, muerde”, recitaba mientra contemplaba la copa de los árboles perfilándose sobre el cielo azul celeste.
Se sentía radiante, como el día. Sentía una alegría inexplicable que recorría todo su cuerpo y explotaba en su cabeza.
A veces, cuando pensaba en él, una punzada intensa descargaba su electricidad en la boca del estómago. Era una sensación parecida a la que tenía de niña, cuando viajaba en el coche azul de papá y cambiaban de pronto de rasante.
Era algo físico ese enamoramiento, inusitado. ¡Nunca había sentido nada igual!.
Aquel día, antes de ir al campo de sus padres, había pasado a recoger el paquete que su novio le mandaba desde el norte. Se diría que volaba, que sus pies apenas rozaban el suelo, mientras recorría las calles esquivando caras a las que sonreía como una idiota, de camino a correos. El corazón le había latido de manera violenta, taquicárdica, cuando desenvolvió el papel de estraza en el que cuidadosamente su “amor” había envuelto los cubiertos tallados en madera de boj, para su cumpleaños: cuchara, tenedor y cuchillo.
¡Era feliz! “Azul y verde, muerde...” ¡Qué tontería! aunque algunos lo pensaran de su relación con Pablo.
¡Eva..., la tarta!, oyó decir de lejos a su madre.
Sonrió, y al incorporarse en ese instante, miles de mariquitas echaron a volar.

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