viernes, 13 de febrero de 2009

Elena - Las 20 palabras

Bajé las escaleras de piedra cautelosamente. En aquella casa hacía un calor agobiante. Me parecía estar junto a una hoguera gigante.
Clock, clock, clock. De nuevo, aquellos extraños ruidos que venían del piso de arriba. Sonaban sin cesar. Eran como los cascos de un caballo. No quería escucharlos, pero no podía evitar oírlos.
Entré en la habitación de al lado, y entonces tropecé con algo. Tenía la sensación de haber golpeado algo blando. Miré abajo y, ¿qué fue lo que vi? Dios mío, era un brazo. Un brazo arrancado de cuajo, lleno de sangre. Miré a un lado, atemorizado, y vi el cadáver de una chica desnuda. Sí, parecía que el brazo era suyo, aunque no vi ni su otro brazo ni su pierna.
Sentí el verdadero miedo, y me quedé paralizado. Era como si hubiera olvidado cómo moverme.
Y entonces le escuché. Alguien cantaba, un hombre quizás. Era una canción tan hermosa como terrorífica.
Retrocedí, y me vi reflejado en un espejo muy antiguo. Se me veía muy pálido. De pronto me di cuenta: ese espejo... era el mismo que había comprado Bill el otro día. ¿Era esta su casa? ¿Era él el asesino?
Detrás mía, vi una silueta reflejada en el espejo. Bill se acercaba lentamente, con aquel cuchillo con el que solía juguetear. Actuaba de forma extraña. Aquel escalofriante paisaje le parecía maravilloso. Se rascaba la nariz nerviosamente, y temblaba. Además, tenía mijitas de pan en la comisura de los labios, como un niño pequeño.
Me hizo pensar en Caronte navegando en su barca por el río, acercándose a mí como si fuera la mismísima Muerte.

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